jueves, 3 de febrero de 2011

Perspectiva

Para él, los miedos eran como barrotes de una celda: lo protegían de situaciones inseguras; de lo nuevo (que él llamaba  "desconocido") y todo lo que podía acabar con su calma alrededor.

Aprendió a quererlos, y a identificar en la gente situaciones desagradables, para decirse a sí mismo "es precisamente por eso que no me expongo de esa manera". Y cada que lo hacía, abrazaba a su miedo. Y su miedo engordaba de ego. Así fue coleccionando algunos más cada año.

Una tarde, vio cómo la noche se tardaba en llegar. El sol rehusaba a agacharse, hasta que no tuvo otra opción. Quiso salir a respirar el aire nocturno, pero se atoró. Asustado, identificó lo que le impidió salir: era un miedo.

Así que caminó a otro lado, para relajarse viendo las estrellas, que una a otra se ayudaban para atravesar el cielo, pero algo le obstruyó la vista: era otro miedo. Coleccionó tantos, que lo protegían de todo. Incluso de vivir.

Aquel, que pasaba por afuera de su celda, lo miró con curiosidad, y él preguntó inmediatamente "¿dónde dejaste tus miedos?", para escucharlo decir: "mis miedos fueron animales: mi miedo al rechazo, al ridículo y al fracaso, fueron todos leones. Y mi miedo a vivir encerrado fue un dragón. Ahora tengo que encontrarlo, porque voló lejos después de comerse a los leones".