lunes, 1 de agosto de 2011

Brújula

A pesar de haber visto cómo el barco se hundió y los demás no pudieron salir a flote, seguía dudando de su decisión. No estaba seguro de que sobrevivir había sido lo mismo que salvarse. 
Habiendo dormido durante tantas horas antes del accidente, no tuvo oportunidad de conocer su ubicación. Y en una noche sin luna, las estrellas miopes no representaban ayuda. Ahora lo único que necesitaba era su brújula, y se sintió afortunado de saberse un obsesivo incapaz de dormir sin ella. 
Al mismo tiempo que una ola ligeramente más helada que el resto del mar, el espasmo en su estómago le pegó con fuerza: la brújula no estaba en su bolsillo izquierdo, donde acostumbraba. 
Sin considerar la salvación como una posibilidad, permaneció nadando durante lo que pudo haber durado una vida, un sueño, un amor, o una muerte. Y por cada gota de agua que lo rodeaba, pensó en un momento pasado. Bajo esas circunstancias, no pudo clasificarlos en buenos ni malos: únicamente recordaba la intensidad de cada uno, y respiró hondo, salvado por haber descubierto que no importa el sabor de un momento, como el tiempo que permanece en el paladar.
De pronto, sintió que algo lo golpeaba en el pie.
Era arena.

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