martes, 6 de noviembre de 2012

Reservas Ocultas

La realidad nunca había sido como entonces: antes, no creía en las coincidencias (sólo en las pequeñas), ni en la compleja libertad. Pero había algo en común a través del tiempo: las ganas de ver.

Cuando la gente se enteraba de que él era ciego, empezaba una predecible danza de preguntas a las que él estaba habituado a contestar con "desde que nací", "no, nunca, nada", y "no sé, me he ido acostumbrando a andar por mí mismo".

La primera vez que tuvo que detener su monólogo para contestar una pregunta fue cuando escuchó "¿cómo sueñas y con qué?

Para él, la figura humana no era nada desconocido (nació adentro de una y ahora vivía dentro de la suya propia). Tampoco lo era el sol. Ni la lluvia, la música ni la voz de las personas que más quería. También podía saber cuando su perro tenía el pelo largo, o cuando tenía hambre. A veces pensaba que también podía pescar una mentira en la voz de las personas. Y ni hablar de emociones, porque había nadado en todas, las más profundas - donde no llega la luz - y las que están en la superficie.

¿Por qué entonces habría de soñar diferente? Pensó.
Ah, claro...

"Si las cosas que sueñas están determinadas por las que ves, no estás soñando bien", contestó aquella vez.

Acostado boca arriba, esta noche toda su atención no podía sino fijarse en el pasto mojado y el agresivo olor del campo que la gente llamaba "sutil" cuando lo percibía. Inhaló. Y al exhalar tuvo que cerrar los ojos: todo eso brillaba demasiado.